domingo, 31 de agosto de 2008

Cuando sueño contigo (1).

Sábado 12 de julio, 2008:
Era la penumbra un silencioso jolgorio, alargado en el tiempo por las gruesas cortinas que bloqueaban la luz de la mañana en su medianía y eternizaban las acogedoras horas de la madrugada, regalando al dormitorio una tibieza que invitaba al sopor.
Muy ufana, Manena se dejaba besar y sonreía ¿Sigamos? me decía con los ojos semicerrados. Claro que sí, pensaba yo...
Nos acomodamos en el lecho tibio, muy cerca el uno del otro, ambos acostados mirando hacia el techo. Y comenzamos nuevamente este fascinante juego del sueño activo, que es aquel donde tu voluntad dirige lo que ocurre. Soñamos juntos; es decir, vivimos sueños compartidos.
Es muy divertido pues a medida que se avanza puedes comentarlo como cuando se ve una película acompañado.
Siempre ha de haber alguien que dirija pues si ambos lo hacen, aquel sueño caótico no va a ninguna parte y si llega a prosperar, son altas las probabilidades de que desemboque en una pesadilla. Así pues, Manena es quien quiere dirigir.
Tambien se debe elegir quién proyecta el sueño, que usualmente es el mismo que dirige, pero Manena, cómo no, prefiere que lo haga yo.

Encuentra más divertida mi psique.
Es como si ella, con los ojos cerrados, metiera su mano en el negro y aterciopelado saco de mi subconsciente y sacara lo primero que toca.
Galantemente proyecto mi sueño sobre ella, como si de un sueño suyo se tratara y no del mío. Ella sonríe relajadamente, las manos entrelazadas sobre el pecho...

El dragón va volando hacia el Poniente.
Luce divertido, genial . Similar al que aparece en "La historia sin fín". Un dragón oriental de cuerpo muy, muy largo y de pelaje blanco platinado, con tambien largos bigotes. Aunque su cabeza y hocico expresan fiereza, sus ojos son amables, grandes y luminosos. Una ancha y roja cinta de regalo sirve de riendas. Da varias graciosas vueltas en torno a las facciones del animal antes de llegar a las manos de la delicada figura del jinete.
Quién otra.
Es nuestra Palomita quien cabalga al Dragón Plateado. Intuyo la cara de satisfacción de su madre, a mi lado.
Las gordas nubes se suceden rápidamente. Incluso, a veces, la perdemos de vista, pues volamos en paralelo atravesando las húmedas y esponjosas volutas. El oscuro azul del zénit anuncia el ocaso del día. A la distancia, entre negros nubarrones se distinguen los relámpagos y centellas de la tormenta que va quedando atrás. Los rayos del sol, ya horizontales, juegan como un concierto caleidoscópico entre la gruesa nubosidad arrebolada y bermeja.
Ésta es nuestra autopista dorada. Nada ni nadie puede alcanzar a nuestra niñita.
Me percato que tras Paloma va gente sentada en fila india, sobre el largo lomo de nuestro mágico amigo. Son siluetas oscuras y desdibujadas que necesitan ser llevadas y Paloma es capaz de conducirlas. Y ahí va. Feliz, cabello al viento.
De pronto -quién sabe cómo y de dónde-, aparece un colibrí. Sí, un colibrí elegantemente tornasolado va volando junto al enorme hocico del dragón, quien no se ve sorprendido por el repentino acompañante, sino que parece saludarlo con un leve meneo de cabeza.
Yo, bastante sorprendido -como si todo el sueño no fuera ya sorprendente-, me despego del sueño y lo veo flotando, delicada nube, entre el cielo de la habitación y nosotros. Miro a Manena y ella, adivinándome, me levanta una ceja, sonriendo casi sin abrir los ojos. "Hay que asegurarse", me dice.
Vuelvo al sueño, buscando el significado de la frase...
Y el colibrí juguetea entre las riendas y las cabeza del dragón mientras avanza junto a él. Es evidente que son amigos. La gran bestia le regala breves miradas sonrientes y Paloma disfruta riendo de la nueva compañía.
El colibrí se acerca a la centelleante rienda y su diminuta pero portentosa ala golpetea la cinta haciendola sonar con un pequeño redoble de tambor. El dragón reacciona de inmediato y se ladea levemente a estribor, corrigiendo su rumbo un par de grados hacia el Norte.

Luego el colibrí, nuevamente con su aleteo prodigioso le hace cosquillas en la barbilla a su amigo, quien levanta la cabeza y corrige unos metros la altura de vuelo.
El colibrí es, entonces, el segundo piloto; el navegante.
Ahora vamos volando a ras de la coronilla de las nubes, rozando la barriga con un haz de luz dorada, como deslizándonos por un tobogán sideral hacia nuestro destino...
Yo, en la cama, me vuelvo hacia Manena y la vuelvo a besar. Qué genial ocurrencia.
Ahí estamos aún. Soñando juntos, felices, con nuestra hija...





* * *
Mi corazón late con fuerza. Siento una opresión en la garganta.
Lo conozco. Conozco ese sentimiento.

Es miedo; siento miedo.
-Corran la voz ¡Avisen a todos!
Sombras asustadas se desparraman por la espesura de la selva.
Bajo el sol radiante, sombras fugaces.
Fugaces como volantines. Volantines libres del hilo que los ata, pero que a la deriva esperan su tragedia inminente.
Me voy quedando rezagado.

A propósito, pues soy el único armado.
No era mía; ahora lo es.

No importa cómo. Importa que es una Kalashnikov de culata retráctil; cuerpo de madera de abedul. Está nueva. Tanto el pavonado del metal como el barniz opaco de la madera están casi intactos. Mi pulgar diestro, nervioso, repasa el switch del fusil: así, tiro semi-automático. El morral desteñido de lona encerada conserva seis cargadores. Además, una granada de fragmentación con detonador de acción retardada. De ser necesario, podría detener a una columna completa por un buen rato.
Volteo repetidas veces y chequeo, los ojos de par en par, cualquier movimiento entre la vegetación.

Nada.
Los insectos zumban alrededor.
Se acaba la selva abruptamente y comienza la tierra de cultivo, cuya extensión hasta ayer maravillosa, hoy se torna amenazante.

Vuelve el miedo.
Tengo la opción de orillar la espesura verde hasta el río, que avanza perezoso a unos cien metros de mí. Podría entonces, de manera segura, vadear río arriba hasta la aldea, camuflado por los tupidos juncales. Pero la naturaleza de mi miedo me hace mirar por última vez hacia atrás antes de largar a correr en línea recta por la huella que corta los sembrados.
Están hermosos los arrozales.
Pronto será la cosecha, mas dudo que hayan manos disponibles para entonces. Para atenderlos habría que darle la espalda al monstruo que viene tras mí.

Y voy corriendo, empujado por el viento del miedo, las velas de mis anhelos desplegadas. Corro, volantín errante, con la guerra hambrienta de vidas pisándome los talones.
Voy a casa.
Voy por mi tesoro. Nada más tiene valor en este instante; los sembradíos ni la patria ni el honor...
Le doy la espalda a la guerra para cumplir primero con mi corazón.
En lo alto de la pequeña meseta, entre el río y los extensos sembradíos, se sitúa la aldea de mi sueño. En el centro del caserío, a unos veinte metros sobre el curso de agua, se encuentra nuestro hogar. No es necesario en esa ubicación construír sobre elevados pilotes, pero así se prefirió y es entonces este alto palafito un coqueto atalaya de totora, manila y bambú que resalta por entre los chascones techos circundantes.
Llego jadeando a casa.
Hay hermosos instrumentos musicales y sedas pintadas sobre las rústicas paredes. Cortinas de cuentas tintineantes dividen los espacios interiores. Refinamiento y sencillez se conjugan obedientes al buen gusto de la dueña.

Cuánta paz se respira en nuestro hogar.
Palomita juega en medio de la sala. En el centro de nuestras vidas.

La niña acaba de disponer a un costado del recinto la esterilla sobre la cual solemos comer. Manena me siente venir y me grita que ya va a servir el almuerzo. Entra a la sala y sin dejar de servir las ensaladeras de porcelana china me mira. Está radiante. Su enorme y ensortijada cabellera es un poema con vida propia, un trigal salvaje a merced de un viento celoso. Viste un sencillo vestido recto de lino crudo y no lleva más joyas que el resplandor de su frente como diadema.
-Traje esto; les puede servir.- Y tiro sobre el diminuto sofá de seda roja un anorak de uso naval color verde con forro de brillante anaranjado y una etiqueta que dice U.S.A. Me queda holgado y, de ser necesario, podrían madre e hija cobijarse y dormir bajo él.
La vivaz mirada de Manena se detiene en la correa de cuero que cruza mi pecho.
Un cañón sobresale de mi costado; es un fusil de asalto que cuelga de mi espalda. Y de mi cintura un morral de municiones que, como si de un cascabel se tratara, luce una granada de fragmentación en su solapa.
Con su rapidez habitual va entendiendo la situación. Ladea la cabeza y presta atención a las exclamaciones asustadas de los vecinos y los confusos ruidos de sus carreras atolondradas. Las gallinas cacarean confundidas; abajo, en el embarcadero, los botes ya están siendo cargados.

Nuestras miradas se juntan y abrazadas se dirigen al amplio marco del balcón y vuelan de la mano hacia el lejano horizonte, cargado de nubarrones que tiemblan hace rato con cada cañonazo.
Bestias voladoras defecan fuego sobre los pueblos. Sus jinetes se saludan y ríen a carcajadas. En valles y montes campean la miseria y el lamento. Volantines errantes aquí y allá.
-Déjalo - Me dice - No necesitamos de nadie para vivir en paz. Déjalo.
Mis manos vuelan a sus hombros y los aferran con fuerza. La atraigo hacia mí y ella, sin dejar de mirarme, se entrega al brusco impulso con galante desdén. Su indómita melena se resiste por un instante, pero luego se abalanza sobre mi rostro y me acaricia con sus rulos y su perfume de incienso y lavanda. La beso con pasión. Casi, casi con frenesí.
Y la miro. Sólo hay paz en su mirada de miel.
Tanta dulzura me embarga el alma.
-Sólo me sentiré vivo si ustedes están a salvo. Ustedes son mi vida, mi todo.
Palomita nos mira con seriedad y luego sigue jugando, o talvez finje que juega y se ubica en un palco a presenciar nuestra escena romántica.
Voy al cuarto y en un segundo tengo puesto mi oscuro uniforme de combate. Me miro fugazmente en el angosto espejo de cuerpo entero.
Me detengo y miro con desagrado mis botas lustradas. Me recuerdan el fastidio del deber. Prefiero usarlas completamente sucias o, mejor aún, andar descalzo para sentir las señales del suelo.
Palomita me mira y sonríe con coquetería. Le lanzo un beso.
Manena no se ha movido de su lugar.
-No entendí para qué la parka.
-Ah, el ánorak.-Ella asiente y entorna los ojos, con sorna habitual: "Sí, sí, quise decir el ánorak" parece decir su semi sonrisa - Les puede servir de cobertor.
-Pero...-No la dejo terminar; la vuelvo a tomar con fuerza y la vuelvo a besar. Palomita ahoga una risita.
-Entiende: Sólo si estoy activo puedo exigir que las lleven a un lugar seguro, lejos de aquí. Aunque no nos guste, así funciona.
No hay nada bajo el cielo que me haga falta más que ustedes. Nada en absoluto me es esencial como lo es saber que Palomita está junto a tí y tú con ella.
Sus ojos me sonríen y su sonrisa se imprime en mi alma y me deja en libertad de decisión.
-Coman y estén listas para partir en cualquier momento río arriba. Ahora debo asegurarme que todos están sobre aviso para evacuar de inmediato.
Madre e hija se miran y luego miran cómo me ciño el fusil a la espalda y salgo.
Viene la guerra.

Atrasaré su llegada a mi aldea.





*

No hay comentarios: